Hoy no tengo que escribir, pero lo haré, al fin y al cabo, qué más da, hoy no voy a dormir.
Este era mi maléfico plan, el telón se ha vuelto a abrir y nosotros ya estamos sudando y cansados de la última función. Tú me miras y sientes que estuvieras nadando con pulpos. Yo te miro y me siento en el camino rosado y húmedo. Antes (eso espero) pensábamos en lo mismo.
Siento que el tiempo te ha dado la razón, el tiempo siempre fue tu amigo, y mi voraz enemigo. Hoy, los dos me han ganado.
Recuerdo con mucha pena cuando veía a esa señorita mariposa, que se veía la cara en el agua cristalina todos los días, sorprendido por su forma de mover las alas que me hacía encontrarme tan pequeño. Pero aún así, ese poder ejercido en mí era sublime y el aplastamiento era un derroche de luz y estrellas.
Recuerdo, además, todas las horas mágicas, las peleas de umbrales con los perfumes de árboles y el suave aroma a aguarrás que es como un humo lento y sensual que se pasea entre nuestras orejas y nuestros lugares para besar.
Recuerdo, para terminar, tu otra identidad, la que creamos para no caer en coincidencias incómodas, esa que te hace pronunciar la palabra "encanta", esa que salió de Bruselas, esa que estuvo guardada en un músculo y hoy está guardada en una caja de zapatos, esa que empieza con m, esa que termina con a, esa que terminó conmigo, esa que cuando la escuchas te sientes diáfana, esa que te hace recordar a un encaje antiguo, esa que se hunde en la tronera, esa que vino un día antes, esa que extrañaré un día antes, esa que me hace morder los labios, esa que es mía y que lo va a seguir siendo hasta que me olvide de pensar en la magia o hasta que alguien más quiera usarla y yo no tenga dónde ir con ella y me rinda, como hoy.
Todas estas teclas, húmedas ya, son el retrato vivo de lo que se puede alcanzar, con sólo un poco de eso que no se puede decir, porque cuesta mucho o porque es muy caro o porque no significa nada.
Se pudo, por un segundo, pero se pudo.
Gracias.