Le prometí a Angela que haría una historia de amor que la haga olvidarse de la huevada de Crepúsculo y que le cambie la idea de lo que es el amor.
Como no sabía qué escribir decidí definir lo que para mí, en algún momento, podría llegar a parecerse a eso que las personas tanto buscan. Aquí va.
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La veía sentada y sin poder hablarle, como esperando una reacción mía, o siquiera una mirada que le diga que al menos ha pasado por mi cerebro convertida en idea. A mi lado está Lucía y disfrutamos de un hermoso silencio, la amo.
Sigo mirando a Naomi. Sus piernas no han dejado de ser lo que fueron y cada vez me gustan más. Tengo una debilidad hacia lo oriental, en alguna vida pasada, seguramente vagué por alguna montaña de la mano de una geisha.
Se acerca, creo que me va sacar a bailar, eso hace, le pide permiso a Lucía y ya estamos bailando. Siento su cuerpo, está caliente, junto al mío que siempre fue caliente, hablamos de lo que nos ha pasado todo este tiempo y de como dejamos de vernos. Naomi es una chica extremadamente simpática, no entiendo nada de lo que me dice y ya estoy poniendo la cara de idiota que suelo poner y mis pasos ya se están descoordinando. En cualquier momento me caigo.
Naomi me sigue contando de lo que ha estado haciendo todo este tiempo y menciona algo en especial, me dice que ha trabajado de camarera en un bar al que yo suelo ir. Me parece curioso porque nunca la había visto por ahí. No se lo dije.
Regresé al costado de Lucía, pero mi mente seguía con Naomi, habíamos aceptado ese coqueteo y lo habíamos llevado a cabo con frases ambiguas y un poco subidas de tono, creamos ese acuerdo tácito que siempre me gusta tener, pero ya estamos lejos, y sea lo que sea que hayamos hecho ya está lejos.
Lucía me pregunta a donde fui, le dije que al baño (era cierto) y se queda callada y mueve su cabeza como disfrutando de la música.
Hace dos años conocí a Lucía, eramos amigos comunes que son presentados por el destino mismo, ella tenía 23, yo 24, ella vivía lejos, yo también.
Lo que sucedió con Naomi cambió toda mi perspectiva de lo que hasta ese entonces conocía como el amor, el amor convencional, el de pareja, el que siente un hombre, por una no-hombre . Vino Lucía y otra vez tuve que mudar mis pensamientos, vino Lucía y otra vez lo cambió todo.
-¿Has visto cómo se mueve mi dedo?-
-Quiere escapar?
-No lo sé aún-
-¿Le has dado algún motivo?
-Yo creo que mi mano nunca se sintió agusta en mi cuerpo, eso de estar colgada todo el día como un objeto inservible, siendo una de las partes más importantes de mi cuerpo, debe ser muy injusto.-
-Entonces los mancos son las personas más justas del planeta.
-Hasta cierto punto sí.
Con Lucía pasaba eso de encontrar lo más insignificante y volverlo una aventura, ese "convertir" era nuestra alquimia secreta, nuestro juego entre el sí y el no, entre lo divino y la mierda.
Digamos que eran esas aventuras lo que nos unía, cada día escapábamos y escapábamos y escapábamos como de un monstruo que nos perseguía y habría sus fauces y las cerraba y nos rozaba los cabellos sudorosos.
Nos gustaba caminar, eso y una bonita conversación formaban la manera más natural de desplazarse y de comunicarse, era un espacio-tiempo que se volvía infinito y dulcemente nebuloso. Pensar en todas las palabras que inventamos y en todas las risas que nos arrancamos de los corazones.
En cualquier historia de amor Lucía y yo pudimos haber sido excelentes personajes secundarios, en ésta, eramos los principales. Ella, yo y la carretera, nuestra fiel confidente, formabamos esa trinidad implícita que nos encantaba mantener en secreto, el juego de pasos y roces y del bungee jumping final.
Disfrutábamos de nuestro silencio como ninguna otra pareja lo hacía, nos reuníamos para vernos y no hablarnos y observar las mismas cosas, eso, para mí (y seguramente para ella) era el amor.
...para ser continuada
No volveré a escribir...
Hace 12 años.