jueves, 4 de setiembre de 2008

David y el otro yo. Padre

Me pregunto si él se hace las mismas preguntas que yo, es decir ¿él también lo odia? Alguna vez se ha sentido tan estúpido como yo, cuando de repente te das cuenta que eres tu peor enemigo. No, enemigo no. Te das asco a ti mismo, como si apestaras. Te apestas, me apesto a mi mismo. No lo puedo evitar, es esa parte de mi que sigue pudriéndose, como resistiéndose a crecer.

Lamentablemente me aborda de cuando en cuando y no puedo hacer nada para destruirla simplemente está ahí, en mis palabras, en mis gestos, te detesto yo interior.
Es fácil ponerse a discutir con uno mismo, sobre todo cuando se convive con tu adversario, dos personas que si se encontrasen en la calle se agarrarían a golpes.

Me doy cuenta que a él también le pasa, también se asquea, la genética es tan cruel y tan justa a la vez. Lo veo a veces y parece que no se reconoce, y eso buscan siempre: reconocerse. Al menos conmigo no lo logrará, así como yo no lo hago, somos como dos perfectos extraños, somos dos personas unidas por una casa común, como un perro y un gato que comparten el reino.

Me gusta la idea de algún día parecerme a él, primero tengo que parecerme a mí mismo, a lo que él también siente. A las ideas que tuvo desde joven cuando se imaginó con un hijo al costado.
Es díficil ser el hijo, debe ser imposible ser el padre, por eso está aquí y no se irá, al menos hasta que encuentre un lugar más cómodo, un lugar donde no exista su enemigo mismo, yo también sería feliz en un mundo sin él, sin ese "yo" asqueroso.
Hay momentos en los que podría sorprenderlo mientras esté dormido y podría ahorcarlo y así nunca más tener que soportarlo. Eso haré.

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