sábado, 6 de diciembre de 2008

Fresa Rojo

Bajo al primer piso y me esperan Rita y Felipe con una gran sonrisa sentados ambos en una silla opuesta poniendo sus brazos sobre la mesa como enseñándome lo que está encima de ella. Sobre la mesa había una fresa gigante, del tamaño de mi cabeza, con leche condensada. No sé por qué estábamos en un jardín muy verde con un cielo muy azul celeste. En mi cara se dibujó la sonrisa del niño que ve un perro por primera vez y dice guau guau.
Corrí hacia la mesa, me imaginaba lo delicioso y dulce que iba a estar, la leche condensada cayendo por uno de los lados de la fresa no hacían más que aumentar mi ansias, su color blanco lechoso hacia que camine como un sonámbulo con los brazos extendidos y con la cara de la sonrisa dibujada.
El rojo de la fresa me hacía salivar, me sentía el perro de Ludovico, estaba hipnotizado. La fresa no se podía mover, estaba allí, en su plato de hojalata, con la leche cayéndosele y sin poder hacer nada, tan indefensa la fresa. Me la quiero comer ahora mismo, sigo avanzando pero los pasos no suenan y no se sienten y veo las sonrisas de mi pe mi eme y el sol que ya se puso sus lentes oscuros para recibir el verano de diciembre.
Sigo caminando hacia la fresa, me mira con sus ojos de caricatura, me deja ver sus largas pestañas y sus ojos azules con un brillo bastante japonés, sus pecas, sus pepas.
Es la fresa más roja que he visto pero no sé si esté madura, no espero que lo esté, sólo quiero que esté agridulce, como me gustan y que su sabor combine perfectamente con la leche, la dulce leche blanca de mi sueño de cielo azul celeste.

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